Un instante sin final

Lola Mascarrell

“ Tu sei un attimo senza fine, non hai ieri e non hai domani. Tutto è ormai nelle tue mani”

“Eres un instante sin final: no hay ayer, no hay mañana. Todo y ahora en tus manos.”

(Gino Paoli)

Ocurre pocas veces. Es como uno de esos tesoros repentinos de la mirada, un regalo efímero del azar. Pero a veces, algunas pocas veces, sentimos que todo está enlazado, que la vida prosigue a pesar nuestro y que nada parece que vaya a terminar. En esos breves segundos el tiempo se hace eterno y una alegría niña se adueña de nosotros como si no existiera el final, como si vivir fuera (y debería serlo siempre) un círculo de tiza, un presente continuo. Un estado del ánimo.

Ese estado perenne, quieto, senza fine (todo instante es eterno mientras dura) es del que habla Cuqui Guillén en la mayoría de sus cuadros: la alegría permanente de vivir, la sensualidad del verano, la vida dulce. Y es justamente esa sensación de eternidad, de estío interminable, el hilo que enlaza las distintas obras que Cuqui reúne en esta exposición, desde las más dulzonas e infantiles de “El pop de mami”, donde la maternidad y el recuerdo de la niña se mezclan en un caleidoscopio de colores y párvula alegría: juguetes, souvenirs, colores suaves, sonrisas y flores; hasta las más recientes como “Give me more”, donde la artista recupera la mirada pícara y erótica de sus anteriores etapas: metáforas afiladas de la sexualidad masculina, anuncios de cremas de afeitar, boxeadores, gallos, cohetes y orangutanes, pero sin dejar de lado nunca ese sentido del humor tan necesario en estos tiempos, ni esa mirada infantil tan valiosa para interpretar el mundo.

Vemos en estas obras ese universo particular que Cuqui Guillén lleva tanto tiempo investigando, ese mundo original repleto de alusiones al cine, a los productos cosméticos, a las relaciones entre hombres y mujeres, a las criaturas naif de los cuentos, a las revistas y a la moda. Ese mundo donde los círculos, los tonos estridentes y las alusiones sexuales se mezclan con detalles tiernos, con niños, con dibujos animados, creando una tensión dialéctica entre dos mundos opuestos, pero complementarios. Lo hace en sus cuadros y también en sus dibujos, muchos de ellos bocetos de los cuadros, coloreados con los lápices de las cajas Alpino con los que su madre le entretenía de pequeña.

MUJERES QUE ESPERAN

La otra parte de la exposición tampoco pierde de vista esa sensación de círculo, de contacto, de eternidad, de vivir en una película. Son mujeres que esperan en habitaciones de hoteles sofisticados. Es un tema muy presente en el arte y en la literatura. Desde los principios de la historia hay mujeres esperando a hombres en algún lugar del mundo, Penélopes tejedoras que aguardan la llegada de Ulises, Ariadnas en la puerta del laberinto, mujeres convertidas en piedra a la orilla del mar. Quizá la propia pintura, como se cuenta en la famosa anécdota del Alfarero Butades, se inventó para aliviar la espera de una joven que veía partir a su amor a la guerra y decidió dibujar su perfil en la pared de una cueva. Hay muchas mujeres que esperan en la literatura. Y hombres, claro. Hombres detrás de una trinchera o en la proa de un barco o en sus garitas de soldado. Pero ese es otro tema.

La diferencia es que las mujeres que esperan en los cuadros de Cuqui ya no lo hacen metidas en sus casas, reducidas a ese ámbito doméstico que las limita y aprisiona. Las mujeres de Cuqui esperan en hoteles (hoteles que existen de verdad), en lugares públicos, en espacios donde el ir y venir convierte en anónimos y fugaces a los seres que lo habitan. Son mujeres encerradas en un paraíso de cortinas vaporosas y sábanas suaves. Mujeres que miran al espectador, que lo interrogan, en actitud serena como en “Reid´s Palace, Madeira” o retándolo con sus miradas desafiantes como en “Les prés d’Eugénie, Landes”. Mujeres que recuerdan a las mujeres solitarias de Hopper, pero reinventadas, distintas, pues su actitud está muy lejos de la melancolía. Algunas incluso bailan, cargadas de sensualidad, como las hermanas Kessler de “Grand Hotel Parco dei Principi. Sorrento”.

En estos tiempos donde hablar de género se está convirtiendo en un asunto tan peliagudo y complejo, encontrarse con la pintura de Cuqui es una doble alegría. Primero por la desinhibición de sus personajes femeninos, pues la actitud de las mujeres que pinta cuestiona toda la mojigatería sexual, toda la represión beata de algunos feminismos obstinados en limpiar la sexualidad de cualquier signo de transgresión. Pero también porque reconecta a la mujer con uno de los papeles históricos que tradicionalmente se le ha asignado y contra los que el feminismo inteligente no aspira a luchar sino a revalorizar. La paciencia como una virtud asociada a lo femenino. Mejor nos iría en términos de feminismo e igualdad si, en vez de emular los roles masculinos violentos o impacientes, recuperásemos aquello femenino que puede mejorar el mundo que habitamos. O mejor aún, si lográramos limpiar todo aquello de prejuicios de género. En estos tiempos de escalada irreflexiva hacia el placer, de velocidad ciega hacia las cosas que deseamos, en estos tiempos en los que parece que podemos tener todo lo que queramos con sólo pulsar el botón de un móvil o encender la pantalla de la televisión, el arte de la espera, el rico paréntesis que se abre entre nuestro deseo y su consecución, suponen un acto revolucionario. Hay que reivindicar la espera como la única manera de volver a reconectar con el mundo.

¿Qué esperan las mujeres de Cuqui? Tal vez esperan nuestra mirada, nuestra conversación silenciosa, nuestra medida admiración. Tal vez disfrutan del instante pleno de su soledad sonora. Sea lo que sea, mejor no saberlo, mejor que no lo sepamos. Que el misterio de esa espera no se revele nunca para que sus cuadros puedan seguir hablándonos. Y que nosotros, podamos esperar con ellas en ese verano senza fine. Lo escribió César Simón: “el verano es la cumbre de una ausencia”.

Obra Cuqui Guillén