Notas para un álbum
Cuqui Guillén
Todo empezó con una caja pequeña de lápices Alpino de cinco colores. La que me compró mi madre junto a una pequeña libreta para que me entretuviera mientras esperábamos en alguna consulta médica o visita.
Estudié en colegios militares. Con tres años no hacía otra cosa más que copiar de la pizarra dibujos de Franco y de la Santa Iglesia Católica. La profesora estaba asombrada, porque mis dibujos eran mejores que los suyos. Dibujaba de forma compulsiva, sin parar, y creaba muñecas recortables con vestuario incluido, pues por lo visto, no me gustaban los convencionales. En casa, mi madre siempre estaba pintado las paredes o los muebles de colores, haciendo grandes flores de papel pinocho, cosiendo vestidos y almohadones, tapizando o empapelando; siempre había flores y colores por todas partes. Esto era influencia de mi abuela, que tras pasar una guerra y una posguerra nos contagiaba el amor al color como forma de celebrar y disfrutar la vida, ya fuera con sus margaritas naranjas, con recargadas mesas de celebración donde nunca faltaban copas de cristal de colores sobre llamativos manteles, o con pantallas que forraba con alegres telas. Nos enseñaba a disfrutar de la comida y de las fiestas, a disfrutar trabajando con las manos, como ella hacía con la ropa cuando cosía.
En mi adolescencia no paré de dibujar hasta que llegué a la universidad. Gracias a que en ese periodo descubrí que existían personas con ideas progresistas, con las que, por fin encajaba, conseguí salir de ese mundo católico que envolvía aquel ambiente militar.
En la Facultad de Bellas Artes de la Universitat Politècnica de València conocí a Cari (Carmen Roig), con quien, en tercer curso, en 1987, formé el Equipo Límite. Algo que empezó como un juego se convirtió, gracias al ánimo que nos dio nuestro profesor José Saborit y su insistencia a seguir por ese camino, en un trabajo profesional inserto en el mundo de las galerías y las ferias. Estuvimos trabajando juntas quince años, hasta 2002. Nuestros primeros trabajos, a partir de un taller de electrografía y copyart, fueron collages en papel centrados en imágenes de publicidad antigua, desde principios del siglo XX hasta los años 60’s. En estas obras sacábamos a la luz la imagen de una mujer que debía estar siempre a la disposición del marido, siempre arreglada, perfecta y sumisa. Unas imágenes increíblemente cómicas para nosotras pero que escondía una triste realidad para quienes la vivieron; una mujer que no tenía los mismos derechos que el hombre, que estaba abocada a asumir un rol de dependencia.
Luego ampliamos la iconografía para mostrar a una mujer poderosa, que resurgía como un Ave Fénix después de una época tan oscura como la dictadura. Una mujer que brotaba libre para hacer cualquier cosa que deseara, igual que un hombre; así nos sentíamos nosotras. Una mujer fuerte, renovada, dueña de su destino. Nos satisfacía mostrar a una mujer con absoluta libertad sexual, reinas de la noche, donde el sexo tampoco tenía límite.
En nuestros cuadros establecimos juegos donde mezclábamos imágenes que pudieran crear un shock al espectador, que confrontaran ideas. Utilizábamos imágenes de lo que teníamos en nuestro entorno: etiquetas de alimentos, souvenirs, comics eróticos, imágenes religiosas, publicidad, cuentos infantiles… cualquier cosa valía si el resultado nos hacía reír. La ironía y el sentido del humor eran indispensables.
En 1988 fue nuestra primera exposición individual, en la galería Postpos, ahora Rosa Santos. Luego siguieron más individuales y colectivas en muchas galerías como My name is Lolita art o Temple en Valencia; Sen en Madrid; Ferran Cano en Barcelona y Mallorca; La Aurora en Murcia; o en salas como Rivadavia en Cádiz. En otras ciudades y países realizamos exposiciones individuales o participamos en ferias como en París, México, Buenos Aires, Santiago de Chile, Sao Paolo, Montevideo, Eslovenia, Taiwan… Tenemos obras en algunos museos como el Salvador Allende (Santiago de Chile), en fundaciones como Argentaria, La Caixa (Madrid) y en muchas colecciones particulares. También recibimos la Beca Alfons Roig en Valencia o la Beca The Pollock-Krasner Foundation de New York. Dos de nuestras últimas exposiciones colectivas donde participamos siendo aún Equipo Límite fueron Spain is different (Sainsbury Centre for Visual Arts, UK; y Museo de la Ciudad, Valencia) y Spanish Tapestry: Contemporany art from Spain (Taipei Fine Art Museum, Taiwan).
Después de quince años trabajando en el Equipo Lí- mite tuve la necesidad de crear mi propia obra. Continué hablando acerca de la mujer, siempre estableciendo dobles sentidos. Ahora quería ser mucho más sutil con el tratamiento de los mensajes, deleitándome en las primeras obras con una manera de pintar que me conectaba con los carteles de principio del siglo XX y de entreguerras que tanto admiro.
Así, desde el año 2002 trabajo individualmente y he realizado exposiciones en galerías como Sen en Madrid, Rosa Santos en Valencia, Coll Blanc en Culla (Castellón), en otros espacios como la Sala Chaston en Valencia, el Casino Liberal de Algemesi, el Museo de la Ciudad de Valencia, la Sala Cigarreras de Alicante o el Palacio de Molina de Cartagena.
He participado en algunas colectivas entre las que están Doble o nada junto a Mavi Escamilla en la Galería Shiras de Valencia o Las mujeres de Lolita en la Galería My Name’s Lolita Art de Madrid. También tengo obra en algunas colecciones privadas, sobre todo, valencianas. Colecciono muchas revistas femeninas y de cine de todo el siglo XX, como Para ti, Silueta, Blanco y Negro, Woman, Nuevo Mundo, Crónica, Luna y Sol, Estampa, Garbo… y revistas de cine como Cine Mundo, Filmes selectos, Triunfo, Cámara… Todas ellas me han servido para analizar cómo ha evolucionado el rol social y mediático de la mujer a lo largo del siglo pasado, sobre todo las que se editaron hasta los años 70’s. Mujeres a las que he querido homenajear pintándolas en mis cuadros, rescatándolas del pasado e incluyéndolas en un presente que quiere sacarlas a la luz de su olvido.
Después de dejar el Equipo Límite pensé en tener un hijo y demostrarme que era capaz de ser madre y de continuar con mi camino profesional. Y no sólo pude hacerlo, sino que la experiencia de ser madre me abrió otras puertas donde indagar, sobre temas relacionados con la infancia, la nostalgia y los recuerdos, pero también relacionando la maternidad con el erotismo y la dulzura.
Maternidad y erotismo, una mezcla de la que apenas se habla porque para ciertos sectores podría resultar aberrante. Actualmente, muchas divas de la música pop se muestran con naturalidad como diosas de la fertilidad que tienen el poder de reproducir dentro de su cuerpo a otro ser. Mujeres embarazadas y con enorme apetito sexual, que no pierden su atractivo y manifiestan su libido en plenitud.
Me fascinan personajes marcados por cierta exageración, artificio y teatralidad, como Anita Ekberg en La Dolce Vita de Federico Fellini (1960) o la poderosa Sofía Loren saliendo por la ventana de un autobús en Matrimonio a la italiana de Vittorio de Sica (1964); personajes grotescos como la travesti y actriz Divine en Hairspray de John Waters (1988); Liza Minnelli cantando Money en Cabaret de Bob Fosse (1972); hombres andróginos como David Bowie, o mujeres que se visten de hom- bres como Julie Andrews en Víctor o Victoria de Blake Edwards (1982).
Estas increíbles mujeres, como otras muchas, derrochaban una energía y libertad admirables; les caracteriza la potencia y la fuerza de sus actitudes; saben lo que quieren y lo consiguen; luchan por sus deseos. He tenido en el cine grandes ejemplos de mujeres que me ins- piraron. Mujeres disfrutadoras de la vida, seductoras, apasionadas y versátiles, abiertas a todo y envueltas en un halo de humor, exceso y erotismo. Con ellas aprendí que hay miles de maneras extraordinarias de vivir, donde no cabe el conservadurismo, la “casposidad”, la intolerancia o la ignorancia.
Como ya he mencionado, otras mujeres también fueron modelos a seguir: mi abuela y mi madre, que me enseñaron a saborear las cosas buenas de la vida como la comida, la música, la creatividad y el color. Así, las mesas recargadas y elegantes de banquetes como la de El festín de Babette de Gabriel Axel (1987) me trasladan a los placeres culinarios de la infancia. Las colecciones de juguetes antiguos, tebeos y recortables, gafas de plástico de colores, anillos y bolsos de plástico acharolados, copas de coñac con detalles dorados, azucareros metalizados de colores, cocteleras, jarrones de cristal de colores con formas raras, removedores de copas de plástico con temas tropicales … todo ello son tesoros en mi memoria que se asoman desde el pasado y que se deslizan a veces entre mis pinceles.
Además de lo recargado y lo exagerado, también me interesa la creación de juegos de seducción cuya estrategia resida en los dobles sentidos, en convertir lo aparente en lo opuesto, en ofrecer lecturas, no solo polisémicas, sino, en ocasiones, contrarias. Así, propongo al espectador recrearse en la confrontación entre espejismo o realidad, espera o desespero, poder u obediencia, rebeldía o docilidad, dominación o sumisión, seductora o seducida.
Las prisas, la inmediatez consumista y la lógica productivista no encajan conmigo. Soy consciente que esto supone ir a contracorriente en un mundo de pantallas donde todo hay que verlo y hacerlo rápido para obtener resultados inmediatos. Hacer las cosas rápidas no alienta el deseo de la misma forma. Un deseo que necesariamente ha de ir unido a la espera, la que trato en mis últimos cuadros. Esa espera es la que da lugar a un inmenso placer cuando lo deseado ocurre. En mis piezas estas mujeres aguardan en una infinita espera no sabemos muy bien el qué mientras interpelan al espectador con la mirada y les hacen participes de su incógnita.
La lentitud que muchas veces se asocia a la tardanza, pachorra, calma o pausa la relaciono con el lujo de dedicar tiempo a algo, con el placer de hacer las cosas bien hechas, con la perfección, el disfrute sin medida, el saborear con conciencia los placeres de la comida, la música, las obras de arte, la lectura, los viajes, el sexo… La lentitud me ayuda a disfrutar más de todos mis sentidos para ser más consciente de mí misma. El deseo de ver una pieza acabada añade más placer a la realización, y crear sin pensar en el tiempo que puede necesitar cada una añade mayor disfrute.
Los hoteles que pinto hacen alusión a viajar, a la posibilidad de trasladarte a otro espacio, otra época, a la fantasía de crear irrealidades, ficciones. Estos hoteles son un excelente escenario o marco para envolver esa espera pues tienen su historia y han sido testigos mudos de grandes acontecimientos. Hoteles donde entran y salen personas, donde se cruzan los rastros de muchas vidas.