Cuqui Guillén y la estética Super Pop
Alejandro Villar Torres
El movimiento rotatorio de la cultura nos trae y nos lleva a territorios indecisos entre pasado y presente, donde se cobijan las modas y se fraguan las últimas tendencias. Y en un pispás, hastiados de la quirúrgica esfera minimalista, diseñada por arquitectos sin biblioteca, saltamos llenos de resignado optimismo de lo retro a lo trendy, huyendo del caos que nos subyuga. Decididamente, revistas, blogs, flashes y las biblias de la moda se rinden ante los ochenta; lo confirma el mundo mundial: todos somos arte, todos somos pop.
Pero, con perdón de las reinas y divas que se reinventan al abrigo de estos tiempos, la obra de Cuqui Guillén es mucho más que moda, es Super Pop: no sólo es un capítulo determinante en el estudio de la estética pop en España, sino que es parte fundamental de la historia de la pintura valenciana de las últimas décadas. Comienza a ganar el trono cuando, siendo todavía estudiante de Bellas Artes, funda junto a Carmen Roig el mítico Equipo Límite que a lo largo de 15 frenéticos años arrasan la escena nacional como abanderadas del neokitsch, perturbando miradas y conciencias con la fusión de imágenes populares y figuras eróticas. La ironía y el surrealismo se combinan sagazmente con la iconografía bizarre y elaboran una crítica social multicromática y persuasiva como parte de un activismo feminista.
Es aquí donde se establece un puente de conexión con dos claros antecedentes, el Equipo Crónica y el Equipo Realidad, precursores del pop art a través de un lenguaje figurativo-crítico-popular al servicio de la sociedad. Progresivamente las Límite pasaron de la condición de bichos raros a la de perpetuadoras de los valores del pop junto a nombres como Dis Berlin, Juan Ugalde o Patricia Gadea.
Pero la identidad de Cuqui Guillén como pintora crece y comienza a reclamar un terreno más intimista, empañado de recuerdos y sentimientos que afloran de forma simultánea a partir del estudio directo de las grandes obras de arte o de la mirada nostálgica del cine y la publicidad de los años veinte y cincuenta. Su pasión innata por el dibujo le exige un mayor rigor en el realismo, lo cual, a la hora de trasladarlo al óleo, se traduce en una búsqueda de efectos de hiperrealidad que en determinados momentos viran hacia el fotorrealismo. Para ello, su pincelada se torna cada vez más fresca, precisa y sutil al mismo tiempo, mediante finas capas de pintura proclives a la veladura y a la transparencia, que se abren a un mundo de luz, claridad y pureza en el uso de colores vivos.
Ese optimismo se hace mucho más ostensible en su última serie marcada por la experiencia de la maternidad que la motiva a retornar a la niñez, al juego, a la inocencia, a la ternura: las muñecas y los juguetes bailan la sintonía pegadiza de la publicidad de los cosméticos de Avon o el flan Royal que evocan el recuerdo y nos transportan a momentos concretos de nuestra infancia. Pero esa introspección afecta también a su reflexión sobre la identidad de la mujer que evoluciona hacia una visión más íntima e identificativa con el matriarcado de su universo familiar.
En estas obras rescata el paisaje en el que denota su formación clasicista y la perfecta asimilación de los recursos de maestros postimpresionistas como Matisse o Gaugin, que evocan parajes puros e idílicos. Pero, de todos los autores de su museo imaginario al cual acude para realizar sus peculiares homenajes, destacamos, ante todo, las figuras de dos claros referentes: Josep Renau y Eduardo Arroyo. Ciertamente, sus composiciones se conciben a modo de fotomontajes pintados que dan un paso más en el procedimiento del collage de sus obras iniciales y que evocan, en ocasiones, un surrealismo perturbador de clara procedencia renauniana al que se suma la fascinación por las imágenes, fetiches y colores de Arroyo.
Todo ello va definiendo una identidad compleja en la que interviene otro elemento crucial en la definición de la estética Super Pop de Cuqui Guillén: el cartelismo de guerra. Su investigación se remonta a los carteles soviéticos, republicanos e incluso fascistas, de donde proceden el sintetismo y las geometrías que aparecen como telón de fondo de muchos de sus cuadros.
Y desde esa visión consciente de la Historia, Cuqui Guillén elabora su propio mundo en el que habitan actitudes postmodernas basadas en la pasión por el objeto popular, en el coleccionismo de recuerdos, fragmentos de realidad y del pasado rescatados a través de una vida. Es la artista fetichista que almacena auténticas joyas de la baja cultura que pasan a formar parte de su iconografía en función del mandato creativo, que la consagran como una reina del pop art.